Tendemos a pensar en los espermatozoides como algo que representa al hombre, al sexo masculino, porque es el hombre el que los produce. Pero la realidad es que, en todo caso, la mitad de los espermatozoides son “chicos” y la otra mitad “chicas”, porque la mitad lleva un cromosoma Y y la otra mitad un cromosoma X. Es el espermatozoide el que determina el sexo biológico del futuro embrión porque el óvulo aporta siempre un cromosoma X y dependiendo de que el espermatozoide que lo fecunde sea X o Y, dará lugar a un embrión de sexo femenino (XX) o masculino (XY), respectivamente.
Aunque tengan esa diferencia en su carga genética, no hay forma de distinguirlos. No se puede saber, a simple vista, ni con el microscopio más avanzado del mundo, si un espermatozoide vivo es X o es Y. Tienen, en general, el mismo aspecto, el mismo peso y nadan de la misma manera e igual de rápido. En la práctica, son todos iguales.
Igualdad de oportunidades entre un espermatozoide X y un espermatozoide Y
En esa carrera que siempre imaginamos de todos los espermatozoides nadando a toda velocidad hacia el óvulo para ver quién llega antes y lo fecunda, la mitad de las veces gana un espermatozoide X y la otra mitad, un espermatozoide Y. Podemos decir que biológicamente, hay una absoluta igualdad de oportunidades entre ellos.
El verdadero proceso: La gincana de los espermatozoides
También es erróneo imaginar a un montón de espermatozoides corriendo locamente desesperados a por ese óvulo desprotegido. Se trata en realidad de una gincana, una carrera de obstáculos dispuestos de forma muy inteligente a lo largo del recorrido, primero por el cérvix y el útero y luego hasta el final de las trompas de Falopio, donde se encuentra el óvulo. Cuando llegan hasta él, el óvulo, una célula mucho más grande y sofisticada que el espermatozoide, tiene preparadas también una serie de barreras de seguridad que solo el espermatozoide ganador podrá superar.
El óvulo no lo pone fácil, pero podemos imaginarlo muy feliz cuando el ganador de esa difícil competición alcanza su interior y lo fecunda, ya que, aun siendo muy diferentes, solo juntos podrán dar lugar a una nueva vida. De hecho, por separado, no tienen ningún futuro.
Cada persona es fruto de la colaboración íntima entre un óvulo y un espermatozoide. Dos células absolutamente distintas, pero que fueron, ambas, unas auténticas ganadoras.
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